01 febrero 2014

Ficha 5: Primeros días de la guerra: Sol y su padre

Agustí Centelles.
Fotografía de la guerra en Barcelona

Comienza la guerra

Eran las primeras horas de la tarde a mediados de agosto. Un calor húmedo, pegajoso, invadía el aire, resbalaba por las paredes de las casas, por la calle. Sol permanecía tendida en su habitación, con las manos cruzadas bajo la nuca, mirando fijamente al techo. La ventana, como todas las de la casa, estaba abierta de par en par, en cumplimiento de una orden de la Comisaría de Orden Público para impedir se disparase desde dentro. [...]
Ahora, esas gentes que no debían mirarse, prohibidas, cuya existencia se les mantenía oculta y de las que era obligado olvidarse, invadían la ciudad. De pronto, no cabían en la calle y venían a inundar con su realidad ineludible el pequeño mundo suave de caperucitas rojas y lobos de cartón, acrecidos, apelotonados, en número mucho mayor del que podía suponerse, y hacía ostensible su presencia. Como en aquellos carnavales pretéritos, creía escuchar Sol el eco de una alegría furiosa. Asomada a la ventana, veía cruzar los coches pintarrajeados, atiborrados de hombres y mujeres armados. Unos seres cuyos rostros jamás vio en parte alguna ni supuso que existieran. “¿En qué lugares de la ciudad estuvieron escondidos?”, se preguntaba.
 (Luciérnagas, págs. 37-39)

Llaman a la puerta: se llevan al padre. Cuneta de la Rabassada

Sol empujó la puerta y entró sin llamar. Estaba echado, mirando al techo. El cigarrillo, entre sus labios, se consumía lentamente. La ventana abierta dejaba paso a toda la luz de la tarde. Al fondo, tras los tejados, el mar brillaba como un hilo cegador. Sol se sintió invadida por la nostalgia, aún tan próxima, de los días en la playa, del viaje por la carretera de la costa. Ahora, los milicianos se incautaron del Ford, nuevo aún, que papá compró con tanta ilusión. (...) Se acercó y apoyó la cabeza en su brazo. Notaba el olor de su cuerpo: su calor. Le cogió la mano. [...]
Aquella misma noche, poco después de acostarse, llegaron unos hombres en su busca. Llevaba puesto un pijama y no le dejaron vestirse.
- Volverá pronto- les dijeron. Luis se calzó rápidamente las zapatillas y se echó encima un batín.
- Es para interrogarle.- Y repitieron-: Volverá pronto.
Sol supo lúcidamente que algo se rompía definitivamente. [...]
Alguien encontró y reconoció, en la cuneta de la Rabassada, a Luis Roda, de madrugada, muerto a balazos y con las zapatillas perdidas.
Sol se sintió sacudida por un vértigo extraño. Tuvo, de pronto, conciencia de que dentro de ella algo se había desquiciado, algo irremediable había sucedido que trastornaba el curso de su vida. Un mundo había concluido. Murieron los veranos junto al mar. [...]
Los días continuaron. Continuaban, uno tras otro, como sus vidas. Sol, desde la terraza, vio arder los templos, la ciudad emborronada por grandes resplandores rojizos y el polvo negruzco del hollín; las nubes cruzaban el cielo, sobre la ciudad, hacia otros países.
Dos veces aún, después de aquella noche en que se llevaron a su padre, llegaron patrullas de hombres y registraron el piso. Irrumpían con violencia y golpeaban los muebles con la culata de los fusiles.
(Luciérnagas, págs. 40-42)

Textos complementarios

Elena Santiago: Ya no existe el verano

Ellos pueden llamar la puerta y el miedo despertará definitivamente. Adentro, al fondo de la casa, los rostros alrededor de esa mesa redonda, sostienen ya ese miedo que se alzará con la llamada.
En la calle, la noche. Cualquier oscuridad habitando aquel mundo. Y cualquier oscuridad habitando al hombre. El abismo se descuelga de las horas del reloj pasando de puntillas al gran ruido. Ya no existe el verano; ese verano que tiene que ver con el calor y con un buen rostro porque una guerra ha dejado hasta los instantes ateridos, ha descolgado la noche más aterida. Precisa será la llamada a la puerta, preciso el estremecimiento. Perdidos los paraísos de la normalidad, cualquier paso está abocado a la destrucción.

Antonio Machado (1937): El poeta y la muerte

El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
Que fue en Granada el crimen sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas, por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

Se le vio caminar...

Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

SI me quieres escribir (Canción popular de la Guerra Civil)


Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero.
Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero.
En el frente de Gandesa
primera línea de fuego.
En el frente de Gandesa
primera línea de fuego.
Si tu quieres comer bien
para morir en plena forma.
Si tu quieres comer bien
para morir en plena forma,
en el frente de Gandesa
allí tienes una fonda.
En el frente de Gandesa
allí tienes una fonda.
A la entrada de la fonda
hay un moro Mohamed.
A la entrada de la fonda
hay un moro Mohamed,
que te dice pasa "paisa"
que quieres para comer.
Que te dice pasa "paisa"
que quieres para comer.
El primer plato que dan
son granadas rompedoras.
El primer plato que dan
son granadas rompedoras,
el segundo de metralla
para recordar memoria.
El segundo de metralla
para recordar memoria.
Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero.
Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero.
En el frente de Gandesa
primera línea de fuego.
En el frente de Gandesa
primera línea de fuego.

Información complementaria

LOACH, Ken (1995): Tierra y libertad.