01 febrero 2014

Ficha 6. La ciudad del hambre: Barcelona durante la guerra


Tren de vapor, años 40. Fondo Servicio Eléctrico, FMVG/FFE

Viajes en ferrocarril en busca de comida

Por entonces empezaba a hacerse preciso salir fuera de la ciudad, a los pueblecillos, en busca de alimentos, conseguidos casi al asalto. La ciudad era pobre, estaba despojada. El hambre iba dejando su sombra viscosa, más ancha a medida que pasaban los días como una gran mancha siniestra. Elena aprendió a cambiar, por un saco de garbanzos, objetos de valor y mérito. Una a una sus joyas desaparecían, y cada día el dinero perdía poder adquisitivo. Era aquel un mal sueño del que no acababa de despertar. Poco a poco fue agotándose su llanto. Ella y María, que, a pesar de no ser retribuida, no la abandonaba, salían de la ciudad en trenes atiborrados. Ya casi no le importaba viajar en el estribo o en la plataforma, congestionada de seres, ni el peregrinaje de masía en masía. Pero sentía una nueva y rara tristeza viendo cómo se caían las hojas de los árboles. […]
Entonces se quedaba mirando aquel ser opaco y humilde que era María. La veía a su lado, trajinando en la casa, cocinando, haciendo el trabajo de tres mujeres, silenciosa y obediente. Siguiéndola en su peregrinación de pueblo en pueblo, sin que nadie se lo exigiese, ni siquiera se lo hubiese pedido. A veces, en el tren que las llevaba, Elena bajaba la vista y la encontraba a su lado, agarrada a un asidero, en la plataforma de un viejo vagón y se acrecentaba su amargura, sin saber concretamente por qué, verla allí, fiel, incorruptible.
(Luciérnagas, págs. 48-49)

Las colas del hambre

Agustí Centelles. Cola para el pan. Barcelona. 1937
Un grillo que tenía María en la cocina se quedó cómicamente reseco y encogido, dentro de su jaula de alambres. De un soplo se deshizo, como la ceniza. Del mismo modo, se deshacían cosas y cosas, dentro del corazón de Sol. Del mismo modo iban desapareciendo, huyendo, como ceniza. Y todas sus preguntas, y hasta su misma rebeldía, había instantes en que se fundían en un solo sentir: el hambre. Aquella cuchilla invisible, hundiéndose en su cintura. Nuca la pudo imaginar. Nunca la sospechó, siquiera. Ahora, sí. Se despertaba de noche, y la sentía dentro, arañándole. Era triste y hundía el corazón. Era humillante y le descubría miserias insospechadas. La pobreza de la condición humana, su limitación ante los árboles y el agua, ante la tierra.
Sol aprendió a sumarse a largas colas humanas, en espera de un trozo de pan. María, vieja ya, no llegaba a todo. (….)
Mientras transcurría el tiempo en las áridas colas, Sol sentía perder allí instantes, tiempo de su vida, y se notaba crecer, crecer inútilmente. A veces, le parecía que la cabeza tendía a separarse del tronco, como si desease vivir otra existencia, separada del corazón. Eso le producía una risa débil y apretaba los pies contra el suelo de la calle, como para fijarse tozudamente en él.
(Luciérnagas, págs.. 50-51)

Textos complementarios

Fernando Fernán Gómez (1984): Las bicicletas son para el verano

Cartilla de racionamiento de Barcelona (1952)
Madrid 1936. Interior, día, comedor […]
DOLORES: Veréis, hijos, ahora que no está tu marido, hija, y perdóname Manolita, pero supongo que habréis notado que cada día traigo menos comida a la mesa. […]
LUISITO: Mamá, yo, hubo uno o dos días, al pasar por la cocina, tenía tanta hambre que lo que tú ponías en la mesa, yo cogía una cucharada y... pero una cucharadita muy pequeña, uno o dos días nada más, una cucharadita muy muy pequeña...
DOLORES: No, hijo, no, una cucharadita no puede notarse, no, Luisito.
LUIS: Pero tú, al probar las lentejas cuando las estás haciendo también te tomas una cucharada, ¿no?
DOLORES: ¿Y eso qué tiene que ver? ¡Tengo que probarlas! Lo hago con una cucharita de las de café.
LUIS: Claro, como esas ya no valen para nada...
DOLORES: Manolita, ¿Hija, qué te pasa?
MANOLITA: Soy yo, soy yo, no le echéis la culpa a esa infeliz. Todos los días, antes de irme a comer, paso por la cocina y me tomo una o dos cucharadas. Solo una o dos. No pensé que pudiera notarse. No lo hago por mí, os lo juro. Lo hago por el niño... Estoy seca, Mamá, estoy seca... (Llora)
DOLORES: Hija mía... […]
LUIS: Bueno, mea culpa, eh, mea culpa, mea culpa. Yo, como soy el ser más inteligente de esta casa, prerrogativa de mi sexo y de mi edad, hace tiempo que comprendí que una cucharada de lentejas entre seis platos no podría perjudicar a nadie. Así que desde hace un mes aproximadamente, sea lo que sea lo que haya en el puchero, lentejas, garbanzos mondos y lirondos, arroz con «checlas» o agua o sospechas de bacalao, yo, con la excusa de ir a hacer mis necesidades, me meto en la cocina, invisible y fugaz como Arsenio Lupín y me tomo una cucharada...
DOLORES: Os dais cuenta, ¡tres cucharadas!
LUIS: Claro, y la tuya, cuatro, Dolores, y dos de Julio y su madre, seis.
MANOLITA: ¿Julio y su madre?
LUIS: Claro, son tontos pero el hambre aguza el ingenio. Contabiliza, contabiliza, siete cucharadas, porque Manolita también se toma la del niño.
DOLORES: ¡Siete cucharadas! Pero si eso es todo lo que pongo en la tacilla. Si no dan para más.
LUIS: Pero no lloréis por favor. Pero no lloréis, pero qué más da, pero si no pasa nada, si ya lo dice la radio, no pasa nada. Pero qué más da que nos tomemos las lentejas en la cocina o que nos las tomemos en el comedor. Nosotros somos los mismos. Las cucharadas son siempre las mismas.
MANOLITA: ¡Qué vergüenza!, Papá, ¡qué vergüenza!
LUIS: No, Manolita, no, qué vergüenza, no...¡Qué hambre!
DOLORES: ¡Que llegue la paz, que llegue la paz! Si no vamos a comernos unos a otros...

Canteca de Macao (2013): Los hijos del hambre no tienen mañana


Con la mirada perdía en esos ojos de cuenca vacía
se me notan las costillas, debo vivir el día a día.

Y tú preocupao por cómo adelgazar,
pensando todo el día en esos kilitos de más.
Siéntate un ratito y ponte a pensar
en cómo viven y mueren los demás.

Pa' poder vivir debo arriesgarme a morir,
aún me queda la esperanza de poder seguir aquí.
Navegan mis ilusiones en un frío mar añil,
escapar de la pobreza, ¡Por fin, por fin, por fin!

Y si merece la pena hay cruzar en una patera
que va a naufragar antes de llegar a Gibraltar.

Me asusta la pobreza, vete de aquí.
Nos quitas el trabajo y nos traes de fumar,
educamos a tus hijos pa que roben el pan,
el día de mañana nos vas a gobernar.

Y apaga el televisor y todo vuelve a ser real,
las cosas que has visto se te van a olvidar:
guerras, hambre y precariedad...
¡Calla tu conciencia y déjate llevar!...

Entonces se apagan todas las luces del barrio
y la gente duerme y no piensa
en los que pierden su vida a diario.

Con la mirada perdía en esos ojos de cuencas vacías,
se me notan las costillas, debo vivir el día a día

Información complementaria

  • CHÁVARRI, Jaime (1984): Las bicicletas son para el verano. Película basada en la obra teatral homónima.