Textos complementarios
Barracas de La Perona (1947), Barcelona |
1. Miguel Delibes: Las ratas (1962)
Poco después de amanecer, el Nini se asomó a
la boca de la cueva y contempló la nube de cuervos reunidos en concejo. Los
tres chopos desmochados de la ribera, cubiertos de pajarracos, parecían tres
paraguas cerrados con las puntas hacia el cielo. Las tierras bajas de don
Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizonera.
La perra se enredó en las piernas del niño y
le acarició el lomo a contrapelo, con el sucio pie desnudo, sin mirarla; luego
bostezó, estiró los brazos y levantó los ojos al lejano cielo arrasado:
-El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo
iremos a cazar ratas –dijo.
La perra agitó nerviosamente el rabo cercenado
y fijó en el niño sus vivaces pupilas amarillentas. Los párpados de la perra
estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condición rara vez llegaban a
adultos conservando los ojos; solían dejarlo entre la maleza del arroyo,
acribillados por los abrojos, los zaragüelles y la corregüela.
El tío Ratero rebulló dentro, en las pajas, y
la perra, al oírle, ladró dos veces y, entonces, el bando de cuervos se alzó
perezosamente del suelo en un vuelo reposado y profundo, acompasado por una
algarabía de graznidos siniestros. Únicamente un grajo permaneció inmóvil sobre
los pardos terrones y el niño, al divisarlo, corrió hacia él, zigzagueando por
los surcos pesados de humedad, esquivando el acoso de la perra que ladraba a su
lado. Al levantar la ballesta para liberar el cadáver del pájaro, el Nini
observó la espiga de avena intacta y, entonces, la desbarató entre sus
pequeños, nerviosos dedos, y los granos se desparramaron sobre la tierra.
Dijo, elevando la voz sobre los graznidos de
los cuervos que aleteaban pesadamente muy altos, por encima de su cabeza:
-No llegó a probarla, Fa; no ha comido ni
siquiera un grano.
La cueva, a mitad del teso, flanqueada por las
cárcavas que socavaban en la ladera las escorrentías de primavera, semejaba una
gran boca bostezando. A la vuelta del cerro se hallaban las ruinas de las tres
cuevas que Justito, el Alcalde, volara con dinamita dos años atrás. Justo
Fadrique, el Alcalde, aspiraba a que todos en el pueblo vivieran en casas, como
señores.
Al tío Ratero le atosigaba:
-Te doy una casa por veinte duros y tú que
nones.
¿Qué es lo que quieres entonces?
-El Ratero mostraba sus dientes podridos en
una sonrisa ambigua, entre estúpida y socarrona:
-Nada –decía.
Justito, el Alcalde, se irritaba y, en esos
casos, la roncha morada de la frente se reducía a ojos vistas, como una cosa
viva.
--¿Es que no te da la gana de entenderme?
Quiero acabar con las cuevas. Se lo he prometido así al señor Gobernador.
2. Luis Martín Santos: tiempo de silencio (1962)
-¿Son estas las chabolas? –preguntó don Pedro
señalando unas menguadas edificaciones pintadas de cal, con uno o dos orificios
negros, de los que por uno salía una tenue columna de humor grisáceo y el otro
estaba tapado con una arpillera recogida a un lado y a cuya entrada una mujer
vieja estaba sentada en una silla baja.
-¿Esas? –contestó Amador-. No; esas son casas.
Tras lo cual continuaron marchando en silencio
por un trozo de carretera en que los apenas visibles restos de galipot encuadraban
trozos de campo libre, en alguno de los cuales habían crecido en la primavera
yerbas que ahora estaban secas.
Página
32.
¡Allí estaban las chabolas! Sobre un pequeño
montículo en que concluía la carretera derruida, Amador se había alzado –como
muchos siglos antes Moisés sobre un monte muy alto- y señalaba con además
solemne y con el estallido de la sonrisa de sus belfos gloriosos el vallizuelo
escondido entre dos montañas altivas, una de escombrera y cascote, de ya vieja
y expoliada basura ciudadana la otra (de la que la busca de los indígenas
colindantes había extraído toda sustancia aprovechable valiosa o nutritiva) en
el que florecían, pegados los unos a los otros, los soberbios alcázares de la
miseria. La limitada llanura aparecía completamente ocupada por aquellas
oníricas construcciones confeccionadas con maderas de embalaje de naranjas y
latas de leche condensada, con láminas provenientes de envases de petróleo o
alquitrán, con onduladas uralitas recortadas irregularmente, con alguna que
otra teja dispareja, con palos torcidos llegados de bosques muy lejanos, con
trozos de manta que utilizó en su día el ejército de ocupación, con ciertas
piedras graníticas redondeadas en refuerzo de cimientos que un glaciar
cuaternario aportó a las morrenas gastadas de la estepa, con ladrillos de
“gafa” uno a uno robado en la obra y traídos en el bolsillo de la gabardina con
adobes en que la frágil paja hace al barro lo que las barras de hierro al
cemento hidráulico […]
Que de las ventanas de esas inverosímiles mansiones
pendieran colgaduras, que de los techos oscilantes al soplo de los vientos
colgaran lámparas de cristal de Bohemia, que en los patizuelos cuerdas
pesadamente combadas mostraran las ricas ropas de una abundante colada, que
tras la puerta de manta militar se agazaparon (nítidos, ebúrneos) los
refrigeradores y que gruesas alfombras de nudo apagaran el sonido de los pasos
eran fenómenos que no podían sorprender a Pedro ya que este no era ignorante de
los contrastes de la naturaleza humana y del modo loco como gestos que debieran
poner más cuidado en la administración de sus precarios medios económicos
dilapidan tontamente sus posibilidades.
Luis
Martín Santos (1962): Tiempo de silencio.
Editorial Seix Barral Biblioteca breve: Barcelona. Páginas 42-43
3. Juan Marsé: Últimas tardes con Teresa (1966)
El Monte Carmelo es una colina desnuda y árida
situada al noroeste de la ciudad. Manejados los invisibles hilos por expertas
manos de niño, a menudo se ven cometas de brillantes colores en el azul del
cielo, estremecidas por el viento, asomando por encima de la cumbre igual que
escudos que anunciaran un sueño guerrero. La colina se levanta junto al Parque
Güell, cuyas verdes frondosidades y fantasías arquitectónicas de cuento de
hadas mira con escepticismo por encima del hombro, y forma cadena con el Turó
de la Rubira, habitado en sus laderas, y con la Montaña Pelada. Hace ya más de
medio siglo que dejó de ser un islote solitario en las afueras. Antes de la
guerra, este barrio y el Guinardó se componían de torres y casitas de planta
baja: eran todavía lugar de retiro para algunos aventajados comerciantes de la
clase media barcelonesa, falsos pavos reales de cuyo paso aún hoy se ven
huellas en algún viejo chalet o ruinoso jardín. Pero se fueron. Quién sabe si
al ver llegar a los refugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos,
quemada la piel no sólo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino
también por toda una vida de fracasos, tuvieron al fin conciencia del naufragio
nacional, de la isla inundada para siempre, del paraíso perdido que este Monte
Carmelo iba a ser en los años inmediatos. Porque muy pronto la marea de la
ciudad alcanzó también su falda Sur, rodeó lentamente sus laderas y prosiguió
su marcha extendiéndose por el Norte y el Oeste, hacia el Valle de Hebrón y los
Penitentes. En su falda escalonada como un anfiteatro crece la hierba de un
verde amargo, salpicada aquí y allá por las alegres manchas amarillas de la
ginesta. Una serpiente asfaltada, lívida a la cruda luz del amanecer, negra y
caliente y olorosa al atardecer, roza la entrada lateral del Parque Güell
viniendo desde la plaza Sanllehy y sube por la ladera oriental sobre una
hondonada llena de viejos algarrobos y miserables huertas con barracas hasta
alcanzar las primeras casas del barrio: allí su ancha cabeza abochornada silba
y revienta y surgen calles sin asfaltar, torcidas, polvorientas, algunas
todavía pretenden subir más en tanto que otras bajan, se disparan en todas
direcciones, se precipitan hacia el llano por la falda Norte, en dirección a
Horta y a Montbau. Además de los viejos chalets y de algún otro más reciente,
construido en los años cuarenta, cuando los terrenos eran baratos, se ven
casitas de ladrillo rojo levantadas por emigrantes, balcones de hierro
despintado, herrumbrosas y minúsculas galerías interiores presididas por un
ficticio ambiente floral, donde hay mujeres regando plantas que crecen en
desfondados cajones de madera y muchachas que tienden la colada con una pinza y
una canción entre los dientes.
4. ZULu 9.30: Palabras
ZULU 9.30:“Palabras”. Del disco Para todos lospúblicos (2013) |
Qué palabra tan fea es la culpa, qué palabra
tan fea avaricia,
qué palabra tan fea es el odio, qué palabra
tan fea injusticia.
Qué palabra tan fea que es nunca, qué palabra
tan fea codicia,
qué palabra tan fea egoismo, qué palabra tan
fea desdicha.
Por qué tanta palabra y tan pocos
sentimientos, porque si las palabras se las lleva el viento,
por qué tanta palabra y tan pocos sentimientos
si tarde o temprano se las lleva el viento
Qué palabra tan fea el rencor, qué palabra tan
fea el engaño,
qué palabra tan fea el desprecio, qué palabra
tan fea maltrato.
Qué palabra tan fea negocio, qué palabra tan
fea contrato,
qué palabra tan fea cemento, qué palabra tan
fea salario.
Qué palabra tan fea el olvido, qué palabra tan
fea el rechazo,
qué palabra tan fea es el hambre, qué palabra
tan fea es esclavo
Qué palabra tan fea tristeza, qué palabra tan
fea soldado,
qué palabra tan fea es la guerra, qué palabra
tan fea es disparo.
Por qué tanta palabra y tan pocos
sentimientos, porque si las palabras se las lleva el viento,
por qué tanta palabra y tan pocos sentimientos
si tarde o temprano se las lleva el viento
No existen palabras para decir cómo me siento
no se puede explicar con palabras cada momento…
Yo prefiero vivir y dejar que quien hable sea
el tiempo y que las palabras se las lleve el viento
Qué palabra tan fea el dolor, qué palabra tan
fea la herida,
qué palabra tan fea amargura, qué palabra tan
fea la mentira.
Qué palabra tan fea pobreza, qué palabra tan
fea es enfermo,
qué palabra tan fea privado, qué palabra tan
fea el dinero
Qué palabra tan fea abandono, qué palabra tan
fea es el llanto,
qué palabra tan fea que es viejo, qué palabra
tan fea olvidado.
Qué palabra tan fea el abuso, qué palabra tan
fea el embargo,
qué palabra tan fea corrupto, qué palabra tan
fea indignado.
Por qué tanta palabra y tan pocos
sentimientos, porque si las palabras se las lleva el viento,
Por qué tanta palabra y tan pocos sentimientos
si tarde o temprano se las lleva el viento
No existen palabras para decir cómo me siento
no se puede explicar con palabras cada momento…
Yo prefiero vivir y dejar que quien hable sea
el tiempo y que las palabras se las lleve el viento
Información complementaria
Barracas:
- Barracas de Barcelona
- Exposición en el Museu d’Història de la ciutat de Barcelona (MUHBA)
- CARNICER, Alonso y Sara Grimal (2009): Barraques, la ciutat oblidada
- SOLER, Llorenç: Barrios de inmigrantes y barracas, en Largo viaje hacia la ira (1969)