18 marzo 2014

FICHA 2: Colegio de Saint Paul, 1927-1936

A los ocho decidieron llevarme al colegio de las Carmelitas para que tuviese trato con otras niñas, y allí fue donde mi secreto resultó abrumador. Empecé a ver lo que eran las chicas.
A propósito de mí, mi familia se expresaba siempre con el mismo misterio que cuando hablaban de mi padre, como si supiesen lo que yo tenía dentro de mi cabeza y como si fuese algo tan tremendo que no se pudiese ni nombrar. Me mandaba allí como para curarme de algo: a que aprendiese a ser niña, decían. Pero cuando empecé a tratarlas me produjeron horror, asco y horror. Eran ellas las que estaban enfermas de su niñez; unas parecía que no podían nada; todo lo que intentaban les quedaba corto, como si no estuviesen enteramente despiertas; otras, al contrario, ya habían aprendido todo lo que tenían que aprender, las lecciones eran lo de menos. ¡Aquel machacar de ladrillos y repartirlos en porciones! En el recreo yo las veía jugar a hacer comiditas y hubiera querido pisotearlas. Sin embargo, me portaba bien con ellas; jamás reñí con ninguna, sólo las miraba hasta salírseme los ojos, pero ellas no sabían por qué.

El aire de la mañana
en tu nombre me ha venido a ver,
tres golpes en mi ventana
y no he preguntado ni quién es.
No sé si la Primavera
vendrá esta vez para mí,
con la caricia primera
que al llamar quiere decir…vivir.
Al aire de la mañana
lo he visto yo amanecer,
si suena aquella campana
déjala que suene hasta después…

Recuérdame las canciones
que solíamos cantar allí,
decían de corazones
y soñaban con sentir así.
Un sueño alegre y eterno
en forma primaveral
que vino como el invierno
para ver el despertar… mi mal.
Vendrás a mí Primavera
sin que te sienta venir,
está apagada mi hoguera
y no me ilusiona ni vivir.
Letra: Jesús María de Arozamena. Intérpretes:  Escolanía Samaniego de Vitoria

3. Ana María Matute: Primera memoria (1960)

No creo que yo fuera mejor que él. Pero no desaprovechaba ocasión para demostrar a mi abuela que estaba allí contra mi voluntad. Y quien no haya sido desde los nueve a los catorce años, atraído y llevado de un lugar a otro, de unas a otras manos, como un objeto, no podrá entender mi desamor y rebeldía de aquel tiempo. Además, nunca esperé nada de mi abuela; soporté su trato helado, sus frases hechas, sus oraciones a un Dios de su exclusiva invención y pertenencia, y alguna caricia indiferente, como indiferentes fueron sus castigos. Sus manos manchadas de rosa y marrón se posaban protectoras en mi cabeza, mientras hablaba, entre suspiros, de mi corrompido padre (ideas infernales, hechos nefastos) y mi desventurada madre (Gracias a Dios, en Gloria está), con las dos viejas gatas de Son Lluch, las tardes en que estas llegaban en su tartana a nuestra casa. (Grandes sombreros llenos de flores y frutas mustias, como desperdicios, donde solo faltaba una nube de moscas zumbando.)
Fui entonces –decía ella- la díscola y mal aconsejada criatura, expulsada de Nuestra Señora de los Ángeles por haber dado una patada a la subdirectora; maleada por un desvanecido y zozobrante clima familiar; víctima de un padre descastado que, al enviudar, me arrinconó en manos de una vieja sirvienta. Fui –continuaba, ante la malévola atención de las de Son Lluch- embrutecida por los tres años que pasé con aquella pobre mujer en una finca de mi padre, hipotecada, con la casa medio caída a pedazos. Viví, pues, rodeada de montañas y bosques salvajes, de gentes ignorantes y sombrías, lejos de todo amor y protección. (Al llegar aquí, mi abuela, me acariciaba.)
-Te domaremos –me dijo, apenas llegué a la isla.
Tenía doce años, y por primera vez comprendí que me quedaría allí para siempre. Mi madre murió cuatro años atrás y Mauricia –la vieja aya que me cuidaba- estaba impedida por una enfermedad. Mi abuela se hacía cargo definitivamente de mí, estaba visto.
Ana María Matute: Primera memoria. Clásicos Contemporáneos Comentados: Barcelona. Páginas 16-17.

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Rosa Chacel

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