Pons vivía en una casa espléndida al final de
la calle Muntaner. Delante de la verja del jardín — tan ciudadano que las
flores olían a cera y a cemento— vi una larga hilera de coches. El corazón me
empezó a latir de una manera casi dolorosa. Sabía que unos minutos después
habría de verme dentro de un mundo alegre e inconsciente. Un mundo que giraba
sobre el sólido pedestal del dinero y de cuya optimista mirada me habían dado
alguna idea las conversaciones de mis amigos. Era la primera vez que yo iba a
una fiesta de sociedad, pues las reuniones en casa de Ena, a las que había
asistido, tenían un carácter íntimo, revestido de una finalidad literaria y
artística.
Me acuerdo del portal de mármol y de su grata
frescura. De mi confusión ante el criado de la puerta, de la penumbra del
recibidor adornado con plantas y con jarrones. Del olor a señora con demasiadas
joyas que vino al estrechar la mano de la madre de Pons y de la mirada suya,
indefinible, dirigida a mis viejos zapatos, cruzándose con otra anhelante de
Pons, que la observaba. (...)
El aire de fuera resultaba ardoroso. Me quedé
sin saber qué hacer con la larga calle Muntaner bajando en declive delante de
mí. Arriba, el cielo, casi negro de azul, se estaba volviendo pesado,
amenazador aun, sin una nube. Había algo aterrador en la magnificencia clásica
de aquel cielo aplastado sobre la calle silenciosa. Algo que me hacía sentirme pequeña
y apretada entre fuerzas cósmicas como el héroe de una tragedia griega.
Parecía ahogarme tanta luz, tanta sed
abrasadora de asfalto y piedras. Estaba caminando como si recorriera el propio
camino de mi vida, desierto. Mirando las sombras de las gentes que a mi lado se
escapaban sin poder asirlas. Abocando en cada instante, irremediablemente, en
la soledad. (...)
Corrí, de vuelta a casa, la calle de Aribau
casi de extremo a extremo. Había estado tanto tiempo sentada en medio de mis
pensamientos que el cielo se empalidecía. La calle irradiaba su alma en el
crepúsculo, encendiendo sus escaparates como una hilera de ojos amarillos o
blancos que mirasen desde sus oscuras cuencas... Mil olores, tristezas,
historias subían desde el empedrado, se asomaban a los balcones o a los
portales de la calle de Aribau. Un animado oleaje de gente se encontraba
bajando desde la solidez elegante de la Diagonal contra el que subía del movido
mundo de la plaza de la Universidad. Mezcla de vidas, de calidades, de gustos,
eso era la calle de Aribau. Yo misma: un elemento más, pequeño y perdido en
ella.
SERRAT, JOAN MANUEL (1943): “El hambre”. Del disco Hijo de la luz y de la sombra (2010) |
Turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
Con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre es el primero de los conocimientos:
Tener hambre es la cosa primera que se
aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
Allá donde el estómago se origina, se
enciende.
El hambre…
Tened presente el hambre.
Por hambre vuelve el hombre sobre los
laberintos
Donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
Sus patas erizadas, sus rencores, su cola.
Arroja los estudios y la sabiduría,
Y se quita la máscara, la piel de la cultura,
Los ojos de la ciencia, la corteza tardía
De los conocimientos que descubre y procura.
Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
Regresa a la pezuña, retrocede al dominio
Del colmillo, y avanza sobre los comedores.
Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
Dispuesto a que ninguno se le acerque a la
mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
De tigres, y en mis ojos la visión duele y
pesa.
El hambre…
Tened presente el hambre.
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
Hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
Os doy la humanidad que mi canción presiente.
Nosotros no podemos ser ellos, los de
enfrente,
Los que entienden la vida por un botín
sangriento:
Como los tiburones, voracidad y diente,
Panteras deseosas de un mundo siempre
hambriento.
El hambre…
Tened presente el hambre.
La canción es una versión del poema
de Miguel Hernández (1910-1942) “El hambre” del poemario El hombre acecha (1937-39):
Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.
Los años de abundancia, la saciedad, la
hartura
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy aquí
estamos.
Nosotros no podemos ser ellos, los de
enfrente,
los que entienden la vida por un botín
sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre
hambriento.
Años del hambre han sido para el pobre sus
años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobada de sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de
alacranes.
Hambrientamente lucho yo, con todas mis
brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas
satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los
cerdos.
Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más bajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.
No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrabais cuando el hambre llegaba a vuestras
puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros.
En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos
tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.
El hambre durante la guerra civil:
Las escuelas populares durante la guerra:
- VÁZQUEZ, Matilde: La reforma educativa en la zona republicana durante la, guerra civil
- CREGO, Rosalía (1988): Las colonias escolares durante la Guerra Civil (1936-939)
Miguel Hernández:
Centro Virtual CervantesFundación Miguel Hernández
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