21 marzo 2014

FICHA 7. Cloti en el hotel Colón

Textos complementarios

Autogiro La Cierva, delante del Hotel Colón (1934)

1. George Orwell: Homenaje a Cataluña (1938)

He tratado de dar una idea aproximada de lo que se sentía estando en medio de las luchas de Barcelona; pero no creo haber logrado transmitir el carácter extraño de aquel período. Cuando miro hacia atrás, una de las cosas que permanecen nítidas en mi memoria son los contactos casuales que uno hacía por aquel entonces, las visiones repentinas de los no combatientes, para quienes todo aquello tan sólo era un alboroto carente de sentido. Recuerdo a una mujer elegantemente vestida que paseaba por las Ramblas, con una canasta de la compra bajo el brazo y un lanudo perrito blanco, mientras los disparos se sucedían a una o dos calles de distancia. Quizá fuera sorda. Y el hombre que agitando un pañuelo blanco en cada mano atravesó corriendo la Plaza de Cataluña, totalmente vacía. Y el grupo de personas, todas vestidas de negro, que durante una hora trataron una y otra vez de cruzar la misma plaza, sin poder lograrlo. Cada vez que emergían de la calle central, las ametralladoras del PSUC apostadas en el hotel Colón abrían fuego y las obligaban a retroceder, aunque era evidente que iban desarmadas. Siempre he pensado que formaban parte de un cortejo fúnebre. Y el hombrecito que hacía las veces de encargado del museo situado sobre el Poliorama, y parecía considerar los sucesos como un acontecimiento social. Estaba encantado de que los ingleses lo visitaran; decía que el inglés era tan simpático. Deseaba que todos volviéramos cuando la lucha hubiera terminado; y yo, de hecho, volví a visitarlo. Y aquel otro, refugiado en un portal, que movía complacido la cabeza hacia el infierno de la Plaza de Cataluña y decía (como quien comenta que la mañana está hermosa): « ¡Así que tenemos otro 19 de julio!». Y los dependientes de la zapatería donde me estaban haciendo unas botas. Fui allí antes de la lucha, cuando todo acabó y, por breves minutos, durante la tregua del 5 de mayo. Pertenecían a la UGT o quizá eran miembros del PSUC; de cualquier modo, políticamente estaban en el otro bando y sabían que yo servía en una milicia del POUM. No obstante, su actitud fue del todo indiferente, y se expresaban con palabras como éstas: «Es una pena todo esto, ¿no es cierto? Y tan malo para los negocios. ¡Qué lástima que no termine! ¡Como si no hubiera bastante lucha en el frente!, etcétera, etcétera». Supongo que hubo gran cantidad de personas, tal vez la mayor parte de los habitantes de Barcelona, para las que lo ocurrido no tenía interés alguno o, por lo menos, no más interés que un ataque aéreo. 

2. Jesús Munárriz y Luis Eduardo Aute (1976): ¡Ay, Carmela! 

Marina Ginestà, en la azotea del Hotel Colón
¿Quién se acordaba de ti
en la batalla del Ebro?
¿Quién serías tú, Carmela,
cantada en la voz del pueblo?
¿Qué miliciano te amó
y fue dueño de tu cuerpo?
¿Quién se acordaba de ti
en la batalla del Ebro?
Ay Carmela, ay Carmela...
¿Dónde has estado, Carmela,
oculta todo este tiempo?
¿Por qué se calló tu nombre
y se enterró tu recuerdo?
¿Qué ha sido de ti, Carmela,
en medio de este silencio?
¿Dónde has estado, Carmela,
oculta todo este tiempo?
Ay Carmela, ay Carmela...
¿Estás viva todavía
o te has muerto en el destierro?
¿Pudiste escapar entonces
o te quedaste aquí dentro?
Preguntas y más preguntas
que se va llevando el viento;
el mismo viento que entonces
desordenaba tu pelo.
Ay Carmela, ay Carmela...
¡Ay Carmela, la de España!
¡Ay Carmela, la del Ebro!
Tu delito fue soñar
y despertar de aquel sueño.
Pero tu nombre ha quedado
en la canción de tu pueblo.
¡Ay Carmela, la de España!
¡Ay Carmela, la del Ebro!
Ay Carmela, ay Carmela...
 
Aute, Luis Eduardo y Munárriz, Jesús (1976): ¡Ay, Carmela!. Intérprete Ana Belén.
Canción grabada originariamente por Rosa León en el LP Oído por mi (1976)

3. Montserrat Roig: La hora violeta (1980)

El restaurante Núria en 1933, en Rambla de Canaletas
Era una tarde del mes de septiembre de 1936, una tarde de calima, la tierra irradiaba bochorno y humedad, y por todas partes se extendía un silencio de inquietud y de espera. De vez en cuando, el falso reposo era roto por grupos de milicianos y milicianas que desfilaban con el puño en alto o por pelotones de mozos de escuadra que imponían la ley y el orden. Al principio, hubo algunas batallas en la ciudad, entre obreros y militares sublevados, pero hacía días que reinaba la calma. La radio decía que, por el momento, la insurrección de los generales traidores había sido sofocada. Kati entró en el Núria y buscó con la memoria a las amigas, pero apenas había nadie ante la mesa de mármol. En un rincón, y no en la mesa de siempre, estaba Judit completamente sola. Entraba de soslayo un rayo de sol que le doraba la piel. Kati esbozó una sonrisa.
-¿Cómo has venido sola?
-Las otras tienen miedo. Mundeta se quiere ir a Siurana, Patricia no hace más que llorar y Sixta…
Kati estuvo riendo un largo rato.
-¡Esas son unas ursulinas! Y tú, ¿no tienes miedo?
Judit dijo que no con la cabeza. Tardó un momento en responder:
-No, no tengo miedo. Pero Joan quiere alistarse para ir al frente. Todos sus amigos se van voluntarios.
Quizás era la primera vez que Kati y Judit se encontraban sin nadie a su alrededor. Kati miró a Judit, hoy, las mejillas color de ciruela parecían más pálidas. El rayo de sol se había desplazado y hablaban casi en la penumbra. 
-La cosa es más grave de lo que parecía. Los amigos de Sant Cugat quieren largarse. Con los de Burgos. Son unos cobardes.
-¿Qué piensas tú de todo esto?
-Pues que va a durar, vaya si va a durar. Los discursos de los generales dan escalofríos, quieren salvar a España, dicen, y los italianos y los alemanes les ayudarán. Todo está patas arriba. […]
-Se cuentan cosas espeluznantes de los sublevados. Entran a saco en los pueblos de Andalucía y matan a todo el mundo, hasta a los niños –dijo Judit-. Joan dice que la República peligra de verdad, que esto es más grave que los sucesos de octubre del treinta y cuatro.
-Seguramente tiene razón. Y es en momentos como este cuando me da rabia haber nacido mujer.
-¿Por qué? –Judit miró a Kati con interés.
-No lo sé… Quizá porque los hombres tienen clara la elección, o con los unos o con los otros. Pueden demostrar cualidades más importantes, pueden emitir juicios independientes. Pero nosotras, las mujeres, solo podemos esperar. Y eso será muy aburrido –Kati se echó a reír, y a Judit no le gustó cómo reía.
-Nosotras no hemos elegido la guerra.
-Bah, eso es una excusa fácil. Igual podemos decir que tampoco la han elegido los hombres que están al lado de la República. Pero ahora todos gritan, lanzan emocionantes proclamas, se afilian a los partidos, en fin, quieren la guerra.
-No, hay hombres que no la quieren, te equivocas –replicó Judit un tanto irritada.
-De acuerdo, de acuerdo, no todos la quieren. Pero ahora se encuentran en ella y creerán que el mundo es suyo. Y nosotras, ¿Qué´? ¿Eh?
-Hay mujeres que van a la guerra –dijo Judit.
-Verás cómo las devuelven a casa en seguida –los ojos de Kati se oscurecieron-. Me gustaría hacer algo, pero no sé qué.
-Yo sufro por Joan.
-Y también deberías sufrir por ti.
-Pero Joan irá al frente –Judit cerró los ojos-. Mi padre no olvidó nunca la guerra del Catorce. Sus mejores amigos murieron en ella y él quedó marcado para siempre por culpa del gas.
-Verás, en una guerra todo el mundo pierde algo.
Judit tomaba a pequeños sorbos un jarabe de grosella. Kati pidió un vermut seco.
-¿Y cómo te has decidido a venir sola? –preguntó Kati.
-No lo sé, me aburría en casa. Joan está fuera todo el día, va a reuniones y cosas de esas. Al principio me entretenía tocando el piano. Pero, ahora, esta espera me pone nerviosa.
-¿Quieres que vayamos a dar un paseo?
Salieron y pronto se encontraron caminando por los contornos de la Plaza del Rey. Allí hacía más fresco, y en los muros de la catedral se recortaba la sombra de los edificios góticos.
-Me gustan las ciudades antiguas, es como si hubiera vivido en otra época.
-Pues a mí no –dijo Kati-. Me entusiasma todo lo que es nuevo. Las máquinas, los coches, la velocidad. ¿Sabes lo que más me gustaría de este mundo?
-¿Qué?
-Pues, ¡pilotar un avión!
Judit se rio y Kati se quedó mirándola. Nunca la había visto reír de aquel modo, como una adolescente feliz.
.Pilotaría un avión y me iría muy lejos, tal vez a descubrir otras tierras en las que nunca hubiera vivido nadie.
-Me paree que eso lo he leído en alguna parte –dijo Judit con malicia.
-¿Verdad que sí? –y ahora fue Kati la que se rio.
Se sentaron en la plaza de Sant Felip Neri. El agua de la fuente parecía decir una especie de canción que se repetía hasta el infinito. El sol se iba escondiendo poco a poco y dejaba en las casas una estela de color ocre.
-Me encanta esta hora –dijo Judit-. Es una hora en la que parece que todo el mundo recupera la armonía perdida. Como si las cosas y los hombres se serenasen.
-A mí no me gusta. Es una hora triste, una hora de muerte.
Montserrat Roig (1980): La hora violeta. Argos Vergara: Barcelona. Páginas 145-148.

Información complementaria

Cine

  • Carlos Saura (1990): ¡Ay, Carmela!
  • Presentación y coloquio en RTVE A la carta: http://goo.gl/H97JUU
Guerra Civil española (1936-1939). Un grupo de cómicos ameniza como puede la vida de los soldados republicanos; pero, cansados de pasar penalidades en el frente, se dirigen a Valencia. Por error, van a parar a la zona nacional, donde caen prisioneros. La única manera de salvar sus vidas es representar un espectáculo para un grupo de militares, que choca de lleno con la ideología de los cómicos.

Orwell, George:

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